miércoles, 21 de octubre de 2009

Adiós con spolier

La página 450 dice así:
"Linda se quedó con él unas horas. Continuaron hablando hasta que Klara se despertó y, con su carita iluminada por una deliciosa sonrisa, correteó hasta donde se encontraba Wallander.
De repente, el más hondo terror se apoderó de él. De nuevo lo abandonaba la memoria. Ignoraba quién era la pequeña que se le había acercado. Cierto que la había visto antes, pero no tenía ni la menor idea de cómo se llamaba ni de por qué se encontraba allí.
Era como si se hiciera un enorme silencio. Como si desaparecieran los colores y no le dejasen más que un residuo en blanco y negro.
La sombra se había acentuado. Y muy despacio, Kurt Wallander fue desapareciendo en una oscuridad que, unos años después, lo sumió en ese universo de vacío que llamamos Alzheimer.
Y después, nada. El relato de Kurt Wallander termina ahí, irrevocablemente. Los años que le queden por vivir, diez o quizás algunos más, le pertenecen a él, a él y a Linda, a él y a Klara. Y a nadie más".

Eran casi las tres de la mañana y Henning Mankell acababa de dejarme, para siempre, sin mi detective contemporáneo favorito. No podía ser. No era justo. Mankell no lo mata, no, lo condena al olvido, a él, el hombre que tantas vueltas le dio a la cabeza, que tanto reflexionó a la orilla de esa playa crucial en su vida. Le borra la memoria después de hacerlo sufrir, de ver morir a Baiba, de impedirle decir en alto cómo se resuelve su último caso, de disfrutar apenas de su nieta, su perro, su casa de campo. Y nos condena a los demás, "irrevocablemente", a no saber más de él. Aquí no hay final abierto como aquella muerte de Holmes en el barranco. No hay manera de resucitarlo, dice el autor. ¿Cómo nos hace esto después de diez entregas, a 400 páginas mínimo cada una? Aunque, después de muchos minutos de enfado, reconozco que su salida es perfecta. ¿Lo iba a matar en una investigación? ¿Lo iba a dejar morir de viejo? Ni lo uno ni lo otro cuadraba. Pero es que la baza del Alzheimer es tan dolorosa... En fin, sólo queda esperar que Mankell se saque de la manga una recopilación de cuentos de entretiempo tipo La pirámide y podamos recuperar la memoria viva y latente de Wallander. Y releer, siempre releer, y volver a emocionarnos a su lado por las tierras de Escania.
P.D.: Me niego a enlazaros los actores que han dado vida a Wallander, porque ninguno me convence de veras, pero sí os recomiendo un paseo por el Ystads Allehanda, el periódico que leía todos los días el inspector. Aunque en las ruedas de prensa sus redactores lo pusieran entre la espada y la pared.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Te has pasado. Tenías que haber avisado. Me has machacado el libro. Gracias, maja :(

Arantxa dijo...

Qué cruel el Mankell este, ¿no? Pese a este patinazo, igual te hago caso y me lo leo, ahora que he comenzado con los suecos gracias a Milenium... Ya sé que no te gusta, vale!

Unknown dijo...

Mira que lo tengo en la mesilla pa empezar! Qué poca vergüenza! (la tuya por destroyer y la del sueco por hacerle eso a Wallander)

Anónimo dijo...

san Peckinpah dice:
Pues a mi la Lisbeth Salander me pone rucho (la del libro y la de la peli).
Y del tito Henning ¿has leído "El chino"? (Ed. Tusquets, 2008). Brigitta Roslin no es Wallander, pero se lo curra, la moza.
Qué jodido lo del Alzheimer. Si me tocase esa lotería espero que me quede un puntito de lucidez en el último momento para recordar como se abre la espita del gas, o dónde están las cuchillas de afeitar, o reconocer la botella de salfumán, o...
SALUD (y rabillos de pasa)

Unknown dijo...

Buenooooo! Como van? Que bueno leerles tras tanto tiempo (lamento el olvido). Comento: lei El Chino y no comparto que la jueza sea ni de lejos igual que Wallander. Creo que todo lo descubre un poco como por casualidad y eso es demasiado facil. Mejor elijo a ese otro policia que medio tuvo algo con la nena de Wallander: Stefan Lindman (El retorno del profesor de baile). Ojala la saga siga con el, ojala.

Besos (fresitas, siempre)