martes, 21 de septiembre de 2010

Miguel González Quiles

A veces la vida te da segundas oportunidades. A veces puedes rectificar un fallo y tomar el hilo correcto, perdido, y reencontrarte con gente que se termina convirtiendo en imprescindible en tu camino. Sólo ocurre a veces, es un regalo extraño, pero cuando ocurre es tan extraordinario que hay que exprimirlo. Y yo no lo hice. Por eso me arrepiento de no haber pasado más tiempo cuando pude con el alma del periodismo hecha hombre, con Miguel González Quiles, mi hermano, mi compañero de sueños, de valores y de cariños. No lo supe ver cuando estaba en nuestro Correo, tímido y educado, con los deportivos. No lo supe ver, luego, en las ruedas de prensa en las que coincidíamos, ahora luciendo el escudo del Diario. Durante un tiempo no era capaz de vincular su rostro y su firma, así que día a día aprendí a admirar a un chaval de La Razón que escribía como Dios, sin reparar en que era el mismo con el que me cruzaba de cuando en cuando, siempre con una sonrisa en los labios. Creo que nuestra primera conversación de más de un minuto fue en los juzgados, en esa etapa gris que, por suerte, duró poco (el cielo tiene ganado el clan de Velis, Muñoz, García, Rodríguez y compañía). Entonces até cabos. Aquel era el periodista que hacía calar en los huesos las historias de Los Pajaritos o la Alameda. El mismo que ponía ramalazos de humor encubiertos en las crónicas del Ayuntamiento. El que siempre siempre siempre se mostraba del lado del débil, del que necesitaba su voz comprometida. Era Miguel, de La Razón, así le decía para no confundirlo con el que, por entonces, era mi más adorado Miguel González, el redactor de Defensa y Exteriores de El País.



Hubo tiempo en aquellos meses para conocerlo un poco y saber que, en el fondo, éramos iguales. Es lo que veía en sus textos, lo que me contaban los amigos que lo conocían bien, lo que me transmitía en cada corrillo, guardia o rueda de prensa. Un tipo íntegro con la vocación intacta tras años de ejercicio inestable en una ciudad que no siempre trata bien a sus genios. Luego vino Madrid, y llegó este baluarte, y aquí nos reencontramos. Aprendí a leer sus heridas, sus anhelos, sus rabias, me emocioné con sus músicas y sus versos, me quedé afónica con sus gritos en favor de un periodismo digno y sensato, limpio. Fue el compañero que más alegría que dio volver a ver al regreso al Correo, una suerte estar en Local si era para verlo más a menudo. Pese a todo, este cariño nuestro se ha forjado en la lejanía, a base de palabras y guiños. Lo cierto es que no nos hemos tomado más que una cocacola juntos, oyendo el relato de Manolo Vargas, el anciano que de niño vio cómo se fusilaba ante la muralla de la Macarena. Creo, si no me equivoco, que no temos tenido más alterne que ese, pero no nos hace falta. Nosotros sabemos lo que nos traemos entre manos. Lo sabíamos con mirarnos a las puertas del Correo en los días del maldito ERE, donde nunca faltó.



Así pasaron los días, viéndonos cada vez menos (lo que tienen los cambios de sección...), pero sin perdernos el hilo. Qué bueno acercarme por las mañanas a más de un jefe y decirle: "¿A este maestro cuándo lo vamos a fichar?". Más de uno y más de dos me daba la razón. (Y qué si no debí escribir lo que acabo de escribir, pardiez. A ver si así le suben el sueldo los suyos, o nos lo llevamos nosotros de una vez).



El caso es que, aunque ahora conozco y quiero al Miguel González de El País, mi primer Miguel, mi adorado, idolatrado, queridísimo, al único que busco en la web de su periódico (vale, y a Diego Mazón, que también es colega), es este Miguelito idealista, franco y enternecedor. No he visto a nadie querer tanto el periodismo como él, por eso ahora, en la lejanía, necesito su consejo y su ánimo, aunque sea tan chico, aunque sea a través del Facebook... Es la conciencia que necesitan todas las redacciones, el oxígeno para llegar al cierre sin contaminarnos por los intereses creados y las órdenes absurdas. Mientras quede gente como él, el periodismo estará vivo.



Hace unos días me escribió las líneas más hermosas de mi vida, inesperadas, inmerecidas. Las nuevas obligaciones me habían impedido hasta hoy responderle, al menos, diciéndole que me las pagará por hacerme llorar con algo tan bonito. Ya sé que no le llego a la suela de los zapatos, y que me tendría que prestar su pluma para poder escribir a su nivel, pero tenía que intentarlo. Siga usted escribiendo, amando, respirando, que lo necesito, que lo necesitamos. Tenga en cuenta que un día me tocará la lotería, fundaré un periódico (en papel) y necesitaré al mejor cronista del mundo a mi lado. Se le quiere.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La exclusiva de ETA

Así es como Clive Myrie narra la manera en que se hizo con la exclusiva de la tregua de ETA para la BBC. Su relato tiene momentos increíbles, pero sabiendo cómo es de perro y sorprendente este oficio nuestro, me creo que le pasó lo que le pasó...