sábado, 12 de junio de 2010

Adiós, muchachos

"Adiós, muchachos, compañeros de mi vida,
barra querida de aquellos tiempos.
Me toca a mí hoy emprender la retirada,
debo alejarme de mi buena muchachada..."
Adiós muchachos, Carlos Gardel.-
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No he tenido fuerzas, ni ganas, ni ingenio para pasarme antes por aquí a dar cuenta de lo sucedido en mi casa, en mi periódico, en los últimos, intensísimos e inolvidables (para bien y para mal) días. Lo ha resumido maravillosamente bien, como siempre, el gran Miguelito, pero bueno, diremos algo más. En dos días acabará mi relación con el medio que durante siete años me ha permitido contarle a la gente lo que le pasaba a la gente, sus historias, sus problemas y, también, inevitablemente, las que imponen quienes mandan y deciden. Se acaba (segunda despedida) una etapa esencial de mi vida, de aprendizaje, cariño y esfuerzo. Ahora no me salen las palabras, pardiez... Todo empezó en un bar. Zumo de tomate para los jefes; café solo, que supo a gloria, para mí. Todo acaba en un aplauso a las puertas de una redacción; mismo menú para todos: lágrimas amarguísimas que saben a desencanto, rabia y angustia. Yo, afortunada, me largo a cazar un sueño. Otros, a verlas venir con dignidad. Y alguna, ay, alguna, a digerir la afrenta y la injusticia con la cabeza alta. Los que se quedan han de lidiar con la actualidad diaria, el tijeretazo en la nómina (criminal), el regusto a hiel del desencuentro, las telarañas entre los dedos que generan el cansancio, la incomprensión y la decepción. Qué duro es ver a una familia echada a pelear, que mazazo que el padre te señale la puerta.
Desde mi privilegiada posición, al borde del abismo pero con el faro bien claro al frente, sólo puedo (porque física y mentalmente os juro que es lo único que puedo hacer) reafirmar mi fe en mis muchachos, mis compañeros, mis hermanos. Sé que vuestra grandeza os (nos) salvará. Porque, sépanlo, dejo un tesoro. No sé qué carajo voy a hacer sin vosotros. Os quiero, os añoro tanto ya... Gracias de corazón por estos años tan maravillosamente intensos, los mejores.
P.D.: Nunca he sido una pesimista agorera, así que quiero pensar en un futuro luminoso, limpio, en el que brille la transparencia, la franqueza, la lealtad y la educación que nos han faltado estas semanas. Por eso, y pensando en eso, en el futuro, os dejo a una cantante de la que será mi nueva tierra; ahí va, diciendo hola, diciendo paz, diciendo esperanza.
P.D. 2: Gracias a la generosidad de esos compañeros que se han cercenado el sueldo hasta límites irrisorios para que los 13 nos vayamos con la dignidad básica. Gracias de veras por ese esfuerzo.


lunes, 7 de junio de 2010

Las periodistas valientes

Cómo me gustan, dios mío, las periodistas que hablan y sientan cátedra. Gran señora, doña Helen Thomas...

jueves, 3 de junio de 2010

Bohórquez

Primero me dio miedo, luego respeto, que se tornó admiración ilimitada y hoy es, sobre todo, un cariño verdadero, por más que no se lo diga (porque estas cosas, y depende con quién, no se dicen). A Manolo Bohórquez lo conocí en la Bienal de 2000, el año en que me estrené en el oficio, en ABC de Sevilla, el año en que de pronto entendí que, tras décadas de herencia lenta y callada de mi padre, el flamenco había acabado por ser parte de mi vida. Entonces lo miraba de lejos, con asombro por su grandeza física y por las reverencias, silencios y sombrerazos que generaba a su paso. "Es Bohórquez, nuestro crítico", me explicó con orgullo la maravillosa Mónica Rodríguez. Empecé a leerlo con fruición, y me deslumbró. Cuando dos años más tarde compartimos redacción, ya en El Correo, me arrancaba la sonrisa sólo con verlo subir las escaleras. Ya estaba allí el gran Manolo, listo con su veredicto del último espectáculo, ardiendo en las yemas de sus dedos. ¿Cómo ha ido? De respuesta, una sonrisa de medio lado, casi una mueca, un movimiento de mano (así, así), unas cejas crispadas por el enfado, un resoplido de pena o indignación, un balanceo de cabeza pesado y satisfecho mientras digería lo visto, entre su bajada del taxi y su asiento frente al ordenador, hasta las mil, para hacer la mejor crítica del mundo. Citaré al director, que se me ha adelantado en su reseña, y que recuerda un texto sobre todas las cosas: el que escribió el de Arahal cuando murió Chocolate. Lo buscaré en el archivo del periódico, porque merece la pena...


Con semejante personaje, que me propusieran cubrir las citas de la Bienal a las que Manolo no llegaba (porque no tiene aún el don de la ubicuidad y había espectáculos dobles a la misma hora y en teatros distintos) fue uno de los mayores regalos que me ha dado el oficio. La rutina de hablar con él la previa, ver los detalles de lo por venir, los posibles enfoques, las novedades, la coordinación (quién va en cada página, quién titula a dos o a una)... La memoria, si es sabia, guardará para siempre la charla de barra en el Bar Cobilla, en la esquina de Velarde y Dos de Mayo, con el señor crítico y con el bailaor Mario Maya, casi hermano suyo. La excusa era ir a recoger unas entradas para ver a Manuela Carrasco. Allí, al pie de los dos genios, escuché juicios, antecedentes, historias, ejemplos, aprendí que nunca sería capaz de entrar en la raíz de este arte como aquellos dos, pero también que, mientras existan almas flamencas como las suyas, habrá quien aprenda a querer estos lamentos y alegrías de siglos.


Si viene a cuento Bohórquez, más allá de los "a palo seco" que os he puesto en estos años, es porque ayer supimos que le han dado el Premio Nacional de Flamencología. Ahí es nada. A los buenos, insisto, siempre les llega el reconocimiento, y Manolo no es bueno, es el mejor en su especie, con sus querencias y sus atragantamientos. No hay otro. Tenemos al mejor en Crítica e Investigación, dicen los de la Cátedra de Jerez. Desde aquí nos sumamos a la felicitación colectiva que ya está recibiendo en su blog y en nuestra web. Maestro, mientras vamos ensayando para aplaudirle a compás en cuanto venga por la redacción... Se le quiere.
P.D.: la foto, de Gregorio Barrera.-

martes, 1 de junio de 2010

Esquizofrenia

Lo que se ve al fondo de esta idílica foto de novios es el Mavi Marmara, el buque de ayuda a Gaza atacado por Israel. Resultado: 14 muertos. Los novios, sin inmutarse, se hacen fotitos en la playa de Ashdod como si no pasara nada. Es la inexplicable vecindad del horror y la apatía, de la miseria y el progreso, de la muerte y la vida. Esa dualidad hiriente que convierte a esa tierra en un laberinto de sentimientos, de comportamientos, de rutinas. La inexplicable sensación de vivir en un país avanzado, con miles de servicios, culto, con afán innovador, que vive de espaldas al daño que hace al vecino palestino. La cara y la cruz... Parece una broma si no fuera tan cínico.
P.D.: La foto, robada al Haaretz, es de Reuters.-
P.D. 2: La guinda para encuadrar lo sucedido, en la pluma de Eduardo Galeano, en Página 12.-