miércoles, 16 de febrero de 2011

La 'mentira' de De Cavia

Ahora que Cercas y Espada se tiran los trastos a la cabeza, y está de moda reflexionar sobre periodismo y ficción, he recordado este artículo. El 25 de noviembre de 1891, El Liberal publicaba una noticia aterradora: "La catástrofe de anoche. España está de luto. Incendio en el Museo del Prado". La firma de Mariano de Cavia daba cuenta del horror causado en la pinacoteca por la suciedad, el desorden, los mendigos, la falta de seguridad. Tanta dejadez gubernamental acabó provocando un fuego tremendo. Ese artículo fue la base del examen que nos pusieron en Tercero de carrera, en la asignatura Periodismo y literatura. Todos analizamos sesudamente las palabras bien juntadas de don Mariano, pero nadie, ni uno, y éramos 90 alumnos, descubrió el truco: aquel artículo era un ejemplo de periodismo-ficción, porque contaba una mentira monumental. El periodista narró una trola a sus lectores para concienciarlos de la situación de penuria que atravesaba el museo. "Hemos inventado una catástrofe... para evitarla", justificó De Cavia. Así que la máxima de que el periodismo es la realidad y la literatura es la ficción saltó por los aires. Cuando el profesor, Miguel Nieto, nos desveló el secreto, se nos quedó una cara de tonto digna de retratar. Aquí va el texto, añadiendo el final, que no todos los lectores alcanzaron a leer, azorados por la noticia, (y que por supuesto no estaba en nuestro examen); en él, De Cavia deja claro que aquello no era cierto, aunque estuviera a punto de serlo. Aunque sacara a la calle a medio Madrid, indignado, como si lo fuera. Decía De Cavia que era una mentira publicada para evitar una verdad... Creo que el duelo entre Cercas y Espada va mucho más allá de los propósitos del XIX.

El incendio del Museo del Prado
Las primeras noticias
¡Noche, lóbrega noche!
A las dos de la madrugada, cuando ya no nos faltaba para cerrar la primera edición más que las noticias de última hora que suelen recogerse en las oficinas de Gobierno Civil, nos telefonean desde este centro oficial las siguientes palabras, siniestras y aterradoras:
-El Museo de Prado está ardiendo. ¡Ardiendo el Museo del Prado!...
En aquel mismo instante daban comienzo las campanas de las parroquias a sus tétricos toques. Nos echamos a la calle, y al llegar a la Puerta del Sol advertimos desusado movimiento de gentes. De los cafés, de los círculos, de los casinos, salían en revuelto tropel los trasnochadores, y el vocerío era tal, que apenas había ventana ni balcón donde no se asomarán los pacíficos vecinos, turbado el sueño por el estruendo de la calle.
-¡Qué desdicha! ¡Qué catástrofe! ¡Pobre España!... ¡Perdemos lo único que aquí tenemos presentable!...
Así hablaban las gentes, y corrían desoladas hacia el Prado, ávidas de ver para creer en tamaña desgracia, deseosos de que la realidad estuviese muy por debajo del temor. Por desgracia, los resplandores del incendio, iluminando intensamente los nubarrones apiñados sobre Madrid, parecían decir:
-¡Rechazar toda esperanza!
Un grito de angustia, seguido de violentas imprecaciones, de palabras de lástima y aún de blasfemias, se escapaba de todos los labios cuando los curiosos llegaban al Prado, y veían al monumental edificio trazado por don Ventura Rodríguez, coronado de llamas, lanzando columnas de humo hacia las nubes, y de cuando en cuando haces de chispas que semejaban luminosos residuos del espíritu de Velázquez, Murillo, Rafael, Rubens, Tiziano, Goya… No: No ardía sólo el ala de Poniente, ni el ala de Levante, ni el centro del edificio. Lo que ardía era el Museo todo, el Museo Entero, el Museo por los cuatro costados.
-Europa entera –oímos decir a un espectador- dirá mañana que España ha perdido uno de los pocos florones que quedaban en su corona. Esto es como una desmembración de la patria. Algunas personas lloraban… Otras se precipitaban hacia el edificio, siguiendo a los soldados que llegaban de los próximos carteles de los Docks. Por la puerta central salían algunos hombres arrastrando lienzos –tal vez los de menos valor, los menos interesantes- que habían logrado arrancar de los marcos, cortándolos con cuchillos y navajas. Las bombas funcionaban con dificultad que llamaríamos extraordinaria, si no fuese eso lo ordinario en semejante servicio. Ni ¿de qué podían servir unas cuantas mangas ante las proporciones del siniestro? Los chorros de agua que se lanzaban hacia el museo desde la explanada de los Jerónimos más parecían avivar la hoguera que extinguirla.
La premura del tiempo y lo angustioso de las circunstancias nos impide entrar ahora en pormenores acerca del Museo de Pinturas, ni en la descripción de sus espléndidas salas, ni en la reseña de sus riquísimos tesoros. Tiempo nos quedará para recordar a la patria lo que a estas horas está perdiendo, como lo pierden la Humanidad y el Arte, por culpa de la imprevisión oficial. Si la maldita y sempiterna imprevisión de nuestros gobiernos, ha sido el origen de esta grandísima catástrofe. Parece ser que el fuego se inició en uno de los desvanes del edificio, ocupados, como es sabido, a ciencia y paciencia de quien debiera evitarlo por un enjambre de empleados y dependientes de la casa. Allí se guisaba, allí se encendía fuego para toda clase de menesteres caseros, allí se olvidaba que una sola chispa podía bastar para la destrucción de riquezas incalculables… los suelos y la techumbre eran, por otra parte, inmejorables agentes para el elemento destructor, gracias a la endeblez y combustibilidad de sus tablones y cañizos, poco menos que desnudos. Un brasero mal apagado, un fogón mal extinguido, un caldo que hacer a media noche, una colilla indiscreta… ¡y adiós, Pasmo de Sicilia! ¡Adiós Sacra Familia del Pajarito! ¡Adiós testamento de Isabel la Católica! ¡Adiós Vírgenes y Cristos, Apolos y Venus, héroes y borrachos, reyes y bufones, diosas de Tiziano y anacoretas de Ribera, visiones de Fra Angélico y desahogos de Teniers!
Inmensa debiera ser la responsabilidad para los que no han querido cortar abusos a tiempo y conjurar peligros oportunamente: pero ¿qué es en España la responsabilidad? Una palabra hueca.
Ultima hora
Con lágrimas en los ojos, cerramos apresuradamente esta edición, reproduciendo la siguiente carta que nos envían desde el siniestro: “Amigo y director: Creo que, para ser ésta la primera vez que ejerzo como reportero, no lo hago del todo mal. Ahí va, en brevísimo extracto, la reseña de los tristes sucesos… que pueden ocurrir aquí el día menos pensado. Tuyo, Mariano de Cavia.”

MARIANO DE CAVIA.

(Artículo propiedad del Diario ABC).

miércoles, 9 de febrero de 2011

"Defensa de la alegría"

PAQUI ARIAS, DEFENSA DE LA ALEGRÍA, por Alejandro Luque.-

De unos versos de Benedetti con música de Serrat extrajo Paqui Arias su lema. Entendió que la alegría, más que un estado de ánimo, es un verdadero oficio que exige dos talentos: perseverancia y generosidad. Alegre vocacional y a tiempo completo, prodigó su sonrisa a manos llenas y por los cinco continentes. Cualquiera que se haya cruzado en su camino, ya sean escritores famosos o camareros, vendedores del mercado o revisores de tren, conserva de ella un recuerdo perdurable.
Es imposible, pues, pensar en Paqui sin sonreír. Y mucho más recordar sus peripecias sin acabar riendo hasta las lágrimas. Allí donde recalara, una playa perdida del Pacífico o una populosa ciudad de la India, a los cinco minutos había trabado amistad con todo el mundo y roto dos o tres corazones. No necesitaba conocer el idioma vernáculo: dominaba el esperanto de la naturalidad y el desenfado. Era suficiente. Al marcharse, invariablemente, la gente del lugar quedaba desconsolada y anhelando su vuelta, que era el estado habitual de quienes la queríamos aquí, en su Gerena natal y en Sevilla.
Será por eso que nadie cree que se haya ido de veras, y sí que este adiós no es sino otro de sus embarques, que pronto volverá contando aventuras y repartiendo besos y regalos. No lo creen los parroquianos de los boliches porteños, ni las mujeres cubiertas con túnicas de colores de Rajastán. Nunca han suspirado tanto los muelles desde Marsella a Mayotte. En Delhi y en Bogotá tampoco se resignan. Hay quien asegura haberla visto bailando en la vieja noche de las islas griegas, y no faltan los surfistas que a veces, entre festones de espuma, la reconocen caminando bajo el sol de Australia.
Su desparpajo, su risa contagiosa, con esa afonía inconfundible; la mirada felina que proyectaba sobre el mundo, son ya indelebles, como su torrencial sentido de la amistad. Pero no lo es menos el coraje y la lucidez con que afrontó los reveses de la suerte. Aquello que escribió hace unos meses, “Es hora de pelear”, parece el rubro de estos tiempos duros, turbios, inclementes. Vendrán muchas ocasiones para preguntarnos cómo habría reaccionado Paqui ante esta o aquella adversidad, y tratar de emular su ejemplo y el de su familia. Ojalá nos asista entonces su valor y su fortaleza, pero también su capacidad para celebrar las bonanzas y paladear ese licor escurridizo que llamamos felicidad.
Eso ha sido, eso es Paqui, y muchas cosas más. Una rebelde, una hedonista irredenta, una cómplice, una tenaz cazadora de emociones, una cautivadora femme fatale, una amenísima y vehemente conversadora, una mujer ferozmente libre. Muchos de nosotros la conocimos gracias al periodismo: el oficio más bonito del mundo, dicen, después de la Alegría.

domingo, 6 de febrero de 2011

Paqui

Son poco más de las seis de la tarde aquí, tan lejos. Dentro de una hora, será su entierro. A la misma hora, pero en Gerena, en su tierra. Un correo maldito, a medio encajar en mitad de una manifa pro-revolución egipcia en Ramala, me trajo la noticia. Paqui ya había exprimido hasta la última gota de su vida. Hace un par de meses que sabía de su pelea por la dignidad y por la supervivencia. Parecía impensable, por ese pálpito infantil que tenemos de que a los nuestros, a los buenos, a los que queremos, no les puede pasar nada. Hace mucho que no la veía, demasiado, desde un encuentro fugaz en la Alameda. "Rengelilla, ¿qué pasa? ¿Dónde te metes?". Poco tiempo coincidimos en nuestro Correo, pero lo suficiente para quererla y admirarla. Por vitalista, por espíritu libre, por ser la mejor de las mejores escribiendo en aquel maravilloso Correo de la Provincia, por independiente, por franca, por consejera y compañera. Muchos paseos a nuestra mesa, la de los "andaluces", para ver a la Cañal, y siempre con un guiño, una broma, una mano rápida que revolvía el pelo a modo de saludo. Paqui, grande Paqui, que supo vivir siempre con la amenaza del adiós, dándonos a todos una lección de sabiduría. Periodista curiosa, con la empatía que sólo generan las buenas personas, próxima siempre. Yo sólo rocé sus días, ella sólo rozó los míos, pero esa luz, su luz, siempre ha estado presente. Los que la conocen mejor, los que la quieren más, saben de lo que hablo. Con ellos estoy ahora, con su dolor y su vacío. Espero que les reconforte el recuerdo de su batalla y su sonrisa. No es un tópico: en ella cada fibra era tenacidad, voluntad, vida. Eso nos deja, hasta que la veamos de nuevo. Se la quiere...

viernes, 4 de febrero de 2011

Yo quiero ser periodista (del New York Times)

P.D.: Gracias a mi amigo Óscar Miró por este regalillo...