miércoles, 27 de abril de 2011

De nuevo...

Pensábamos que ya no más, que 13 nos fuimos y que éramos suficientes. Que esa frontera de dolor no habría que cruzarla de nuevo. Que el sacrificio de los que quedaban daría de nuevo verdor a las cuentas. Pero no ha sido así. Uno a uno, ayer cayeron siete más, y los que se han perdido por el camino, poco a poco, en silencio, hasta dibujar esta escena de barco fantasma que se vive hoy en la que fue mi casa, mi periódico, El Correo de Andalucía. Dicen que los números no salen, que el mercado está imposible. Puedo entender que no sea sencillo tomar decisiones dolorosas, pero no que siempre se tomen metiendo la tijera en la partida de personal, el mayor valor del periódico, su gente, los que levantan un tema de portada a las once de la noche, los que se montan en una tapia oscilante para tener la mejor foto, los que pintan las páginas más hermosas para que sus colegas se luzcan, los que dan la pátina última al diario, antes de que se convierta en papel y tinta... Eso es sólo un trámite final, las máquinas no saben hacer periódicos. Porque no es justo, cada tarde a las seis, a mis seis y a las suyas, estaré con su aplauso en La Cartuja, aunque sea a 4.000 kilómetros. Porque no podía hacerme a la idea de cómo era mi casa sin los 12 adioses del año pasado, porque no puedo hacerme a la idea de lo que es ahora mi casa sin los que han dicho "me voy" y los que han dicho "me echan", sin Álvaro Ramírez, sin Paco Cazalla, sin Rosa Torres, sin Antonio Ruiz, sin Brenda Macías, sin Felipe Villegas, sin Olga Granado, sin Lola Martín de Oliva.




Ya no tendría quien me ayudara con la impresora de Deportes, porque en eso Álvaro -también Lastra, también- es especialista. En eso y en currar sin dar problemas, sin levantar la voz, siempre con un buen gesto, tímido, para los compañeros. Un tipo que ha hecho, junto a Quico Canterla, que la información de referencia sobre el sevillismo se publique en El Correo. Uno de esos colegas que te sorprende un día, a media voz, y te dice: "Qué bueno lo que das hoy". Anda, ¿te has tragado ese rollo? "Sí, no es un rollo. Está muy bien. Y me gusta leerme mi periódico", me dijo un día. Uno de esos días jodidos en los que pagas por una palabra amable. Uno de esos compañeros que, el día que sales por la puerta, lamentas no haber tratado más.




Tampoco podría pegarme las charlas infinitas con el maestro Cazalla, mezclando batallitas, quejas y penalidades del día. Siempre con una foto en la retina por recordar, por un episodio de buen periodismo que rescatar, de aquellos tiempos en los que todo era diferente. A veces decía que estaba cansado, pero lo desmentía con pisar la calle, su ansiada calle... la libertad. Impagables los viajes y las lecciones de camino a la noticia. Cómo olvidar Alfacar, Paco, y Morón, y hasta esa Puerta del Príncipe que no presencié, pero que sé por tus palabras. Es que no veo una redacción por la que no pasee lento este soldado flaco y recio, cámara en ristre, en la que no pueda ir a buscarlo a decirle la última de mis chorradas mitómanas. O a pedirle una foto.




Pero ahí tienen más galones Rosa y Antonio... Ella, con su "buenas tardes" exactas a las tres, los periódicos bajo el brazo, lista para aguantar la primera petición del día, que en los últimos meses solía ser mía, por editora secundona y verde. Horas a su lado buscando la imagen justa para dar sentido al texto, o para cuadrarla en la maqueta imposible que me habían pintado -un poquito más, alarga un poco más esa caja, achata un poco más la foto, anda...-. Horas con ella en el archivo cuando llegaban los especiales, manejando sobres de políticos repentinamente jóvenes, de aquellos tiempos de jornaleros en armas, de Expos por venir, de proezas del Cuatro Vientos. Rosa y Antonio, al que me enganchaba si ella faltaba, o al que pedía siempre lo más raro, siempre a última hora... Un pantallazo, una foto perdida, una imagen rescatada de hacía mil días. Nunca me llevé de esa mesa un "no puedo", un "no des la lata", un "imposible". Incansables ambos. Lo que sí me regalaron fueron sonrisas, guiños (arropados por esa panda maravillosa con Rafa, Pedro, Txetxu, Ramón...), polémicas cinéfilas y algunas chucherías, de paso. Siempre a la orden. Siempre engrasando la maquinaria para que los plumillas brillaran al día siguiente.




A Brenda la conocí antes que a todos ellos, de becarias las dos en ABC, 11 años atrás, pero pasó el tiempo y volvimos a encontrarnos. De nuevo en La Cartuja. Ella me tranquilizaba cuando empezábamos con aquella cosa extraña de la web. "Que esto es muy fácil", me repetía. A mi lado estuvo cuando monté el primer vídeo, y quien sabe lo que eso supone comprenderá el agradecimiento que le gasto... Ahí estaba, por las mañanas, esos días de encierro, para comentar las jugadas del día, y cuando había calle, para atender los primeros titulares: paciente al teléfono, rauda en el teclado, lista para contar en tu nombre lo que estaba pasando. Otro eslabón imprescindible de la cadena.




Felipe... Felipe. Primero compañero, luego jefe, con la cercanía que eso implica, con la intensidad del roce, del entusiasmo ante los temas, de la presión cuando tocaba, del debate y el cruce de pareceres, a veces calmo, a veces no. Siempre con la base de una complicidad previa, de cuando no había galones de por medio, que nunca se perdió. Una rutina hecha de libros prestados y de exposiciones recomendadas, de favores hasta cuando se fue al lado oscuro. O sea, a un gabinete. Me regaló fuentes, y sobre todo me metió el veneno del cariño hacia los temas de memoria histórica. No creo que me abandone nunca, por suerte. Muchos guiños, Felipe, muchas cosas vividas, muy intenso todo como para condensarlo aquí, mucho bueno...




Y Olga. La que me abrió las puertas de El Correo con su ascenso, la que me recibió el primer día. "¿Eres Ángela Cañal?", le dije, pensando que ella era mi jefa. Le entró la risa floja, nunca supe si por mi pregunta o por algo previo, desconocido, y así empezó la conversación. Así descubrí que también ella fue la primera de la casa que me hizo un favor, un día que llamé, aún en la Ser, para pedir un teléfono. Movió cielo y tierra, preguntó a mil compañeros, hasta que lo logró. Hasta entonces para mí era una foto encartada en las crónicas del 11-S, la única sevillana contando lo que pasaba en Nueva York. Luego fue Olga. La única. Una de las mujeres más firmes que he conocido. Algunos dirían "de esas que tienen un par", pero igual me quedo corta si me acojo a la expresión. Hablo de sobriedad en las maneras y de cariño en el núcleo. Las apariencias, me enseñó, engañan. Mucho. Porque me ayudó con sus bromas a perder la parálisis de novata, porque me dio ideas (sobre temas, sobre fuentes, sobre cómo buscar alternativas), porque se ofrecía insistentemente a ayudarme con las páginas cuando no llegaba al cierre. Ella y su gente, fieles escuderos de una jefa a la que adoran. La llaman maestra, y saben de lo que hablan. Imposible pensar nuestra fila larga sin ella en la esquina. No. Imposible.




La lista del dolor la cierra esta vez Lola. No estaba en la redacción, sino en las entrañas de administración, quizá por eso el roce fue menor, pero fue. Siempre feliz, festiva, siempre con un piropo en la boca. Un terremoto de entusiasmo. Ella tramitó mi primera acreditación con el Gobierno de Israel, en 2006. Tres veces lo hizo, porque me perdieron los papeles. "Lola, que necesito que mandes los papeles otra vez, pero esta vez a un número más largo". "¿Pero tú dónde andas ahora?". "En Jerusalén". "Reina, allá va". Y llegó, claro, con un mensaje lleno de corazones que el funcionario de la GPO aún trata de desencriptar. A lo mejor hasta lo tiene el Mossad y todo. Mucha Lola. Valiente hace un año. Media vida dedicada a El Correo. En otro lugar se nutrirán de su alegría.




Mi gente, la que se fue, la que se va, y sobre todo la que se queda. La que ha de lidiar a diario con las noticias aguantando el peso, una losa inmensa, del adiós de sus amigos. Los que seguirán dignificando el periodismo, porque es lo que mejor saben hacer. Los que van a luchar, y están luchando, al menos para quedar roncos en la pelea. Hoy, de nuevo, a las seis en La Cartuja. De nuevo a pelear. A combatir, como decía Pavese...




"Combatiremos todavía,




combatiremos siempre,




porque buscamos el sueño




de la muerte amparados,




y tenemos voz ronca,




frente baja y salvaje,




y un idéntico cielo,




fuimos hechos para esto...




Si cedemos al choque,




sigue una larga noche




que no es paz o tregua..."





P.D. Y vean cómo se aplaude...