martes, 2 de marzo de 2010

La tribu desolada

Mientras los demás dormían, Eloy Saravia y Ramón Siguan hablaban de lo de siempre, de periodismo, periódicos y periodistas. La piedad, como es habitual en la profesión, estaba ausente de sus comentarios.
- ¿Has visto la lista publicada en Suiza de los periodistas enrolados en la CIA? Viene Lorenzo Esquivias.
- Y César Durán…
Y después charlaron de lo mal que lo había hecho Héctor Miranda en Nicaragua; de las sospechas que existían entre la profesión en torno de Celso García. (Ése, dijo Saravia, ha escrito las crónicas del Irán desde un apartamento de Majadahonda, con ayuda de la Enciclopedia Británica y France Inter); del pánico que sufrió el gran Mario Molinos cuando mataron al pobre Bill Stewart en Managua; de lo mucho que tardaba Estanislao Cunill, “un estreñido intelectual”, en llenar dos cuartillas; de la borrachera que le evitó a Luis Répide dar la elección del Papa a su emisora, hasta el punto de llamar un día después para decir con voz de resaca “todavía no hay fumata blanca”. Como siempre, aquel comienzo tuvo un efecto terapéutico. Se sintieron más relajados. Ramón encendió un cigarrillo de mandanga. El tema de las separaciones de parejas, epidémicas desde la muerte de Franco, ocupó los minutos siguientes de su conversación. Eloy inclinó el respaldo de su asiento y se colocó una almohadilla a la altura del cogote.
- Es que esta profesión, con las horas cambiadas, los cruces de línea, la necesidad de afirmación, las oportunidades que surgen en el camino, es una profesión de solteros. Ellas no nos entienden, de posesivas que son. Menos mal que María Luisa está en Gandía con los niños. Por cierto, sabrás que esperamos el cuarto.
Pasaron a hablar de dinero, de sueldos, del precio de las dispositivas, del cálculo de las cantidades que el pluriempleo procuraba a algunos ilustres compañeros. El diálogo sobre este tema, insólito 15 o 20 años atrás, cuando el oficio era una condena a la pobreza, les ocupó largos minutos. Entonces Ramón Siguan sufrió un acceso de autocrítica:
- No explicamos bien el rollo político. Claro que los diputados o los partidos tampoco nos ayudan mucho. El lector no se motiva, no traga. Le bastan y le sobran la tele o la radio. Se expone todo con gran confusión, sin pedagogía, sin emoción. Todo lo resolvemos con entrevistas a los políticos. Se adula o se denuncia a veces sin fundamento, se toca de oído, las páginas de opinión están en manos de politicastros, proliferan las columnas con voluntad de estilo literario, pero sin noticias. Todo el mundo se mira el ombligo porque descubre que su firma en un diario remoto es sensible al diputado Régulez. No es extraño que los chicos de la Facultad quieran entrar en Seguridad Social y poco más. ¿Quién estimula a las redacciones? Los directores están en los cócteles o al teléfono, y como es ley de vida, los subdirectores intrigan para ser directores, y los redactores jefes, subdirectores; y los redactores, redactores jefes. Hay paro, claro que hay paro. En la estimación de la sociedad tenemos la mala prensa de siempre, aunque ganemos más dinero. Ahora los sobres no llegan sólo a las mesas de algunos críticos taurinos y deportivos, sino a las secciones de política nacional procedentes del fondo de reptiles, y no digamos a la de economía. (…)
Entraron después en la fase autocompasiva.
- Nadie nos quiere, nos odian los abogados, los ingenieros, los escritores, los diplomáticos, los médicos, los políticos y yo creo que hasta nuestras propias parientas. Y las duquesas. “Pobrecillos, que pasen y tomen algo, estarán muertos de hambre”. Si los periódicos no existieran no habría que inventarlos. Sí -remachó con dolido acento-, vivimos entre el odio de los talleres abajo y el desprecio de los empresarios arriba. ¿Y el ambiente que se respira en las redacciones? Oficinas siniestras…
- Y no te olvides de los lectores y de los propios compañeros. Se nos cae el pelo (Saravia tenía una calvicie del 60% de la superficie craneal), sufrimos del corazón y del hígado, nos atiborramos de pastillas contra la gastritis, caveds, ervasil, rennie, normogastril, secrepat reforzado con sabor a limón o menta, dogmagel, para espasmos gástricos, estados de ansiedad, insomnios de origen digestivo, meteorismo, aerofagia, lengua saburral, hipocondría, neurosicoastenia, colitis, insuficiencia hepática. Esperanza de vida, 55 años, inferior si te descuidas a la que alcanzan los pilotos de carreras. (…)
- Pero los lectores –decía Saravia- están igual que nosotros, son tan perezosos mentales como nosotros, han desertado de los kioscos. Para los dueños de los periódicos la culpa es nuestra, para nosotros es sólo suya. Esto no tiene remedio. Mientras tanto, los chicos de la Facultad hacen cola a las puertas de la radio y la tele, los diarios y revistas, con un punto de anemia en los ojos.
- Y confunden un reportaje con un editorial.
Sólo les faltó llorar.


Manuel Leguineche. La tribu (Guinea Ecuatorial, 1979-1996).- Espasa Calpe.

4 comentarios:

Cris dijo...

Nena, ¿es un ensayo o una novela? no lo conocía. Tiene una pinta interesante. Te acompaño en el sentimiento por lo de la política... menos mal que tengo a mis culturetas.

Besos

Cris de nuevo dijo...

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Dimite/periodista/New/York/Times/acusado/plagio/elpepuintusa/20100217elpepusoc_13/Tes

¿Has visto esto? Como el chaval de The New Reppublic

Caída libre dijo...

Un maestro el Leguineche.- Tiene textos maravillosos, y siempre llamando a las cosas por su nombre,. Siempre con la cruda realidad por delante, y su incomparable sarcasmo.-

Arantxa dijo...

Mira, como todo el mundo te deja enlaces, no voy a ser menor. Vamos con el blog de Izquierdo, bueno, pero al que le achaco una notoria falta de autocrítica sobre los males de ElPaís (y lo dice una prisita):
http://blogs.elpais.com/ojo-izquierdo/