miércoles, 12 de diciembre de 2007

Hanuka

Abraham Baumel vive en el cuarto judío de la ciudad vieja de Jerusalén, a dos minutos del kotel, el Muro de las Lamentaciones. Lo conocí en marzo del año pasado, en plena campaña electoral israelí de la que, por cierto, pasaba olímpicamente. Su mayor preocupación era evitar un tachón sobre el pergamino en el que escribía. Porque Abraham es un escriba formado en la sinagoga, que durante años se ha ganado el pan copiando la Torá, una tarea que te lleva años porque si te equivocas en una letra... a empezar de nuevo. Ahora se ha dado cuenta de que es más productivo lograr un sueldo en una tienda de recuerdos para guiris, en la que se dedica a escribir los nombres de los turistas con caracteres hebreos y a explicar que todos los nombres del mundo están en el Antiguo Testamento y que a todos ellos les corresponde un salmo que marca su vida. Su ocupación, aburrida salvo cuando le cantan algún nombre que nunca ha escuchado, es bien monótona, y por eso ocupa el tiempo dando charla a los extranjeros a los que sistemáticamente les pide que le manden una postal de su país. "Es que yo nunca he salido de Israel. De pequeño me llevaron a Masada y hace años visité Tel Aviv, pero ni siquiera he ido al norte, a Haifa", decía resignado. Y eso que apenas rondaba los 40. Así que tras relatarle lo poco que sé de las comunidades judías en España (los ojos se le iluminaban al oír hablar de Sefarad), le tomé la dirección. Es una tontería, pero desde entonces nos hemos cruzado unas cuantas postales que, a ciencia cierta, sé que tiene a su espalda, en la tienda, mientras trabaja. Salvo la de El Escorial, que dice que le da miedo...

La historia de Abraham viene a cuento, ya veréis: resulta que he recibido su última tarjeta, la más hermosa de todas porque esta vez escribe mucho, con letra menuda, y me cuenta cosas de su cultura. Cuando la envió los judíos estaban comenzando su Navidad, la fiesta de Hanuka, la fiesta de las luminarias o de la luz. Me explica que se celebra la derrota de los griegos, que tenían ocupada Jerusalén, y la recuperación de la independencia judía gracias al empeño de los macabeos. Cuando expulsaron a los helenos, los judíos se encontraron de golpe con que habían destrozado todas sus sinagogas y todos sus símbolos para sustituirlos por sus dioses. Pero al acudir al Gran Templo encontraron una menorá (el candelabro de siete brazos tradicional) apagado. A su lado, aún quedaba un poco de aceite en un recipiente, pero no el suficiente para mantener las llamas ardientes durante más de un día. Entonces, dice Abraham, se hizo el milagro: el aceite duró hasta ocho días, el tiempo que tardaron los judíos en lograr más combustible. Fue la lucha de los judíos, la ayuda de Dios, la que mantuvo viva la llama. El caso es que por eso la fiesta dura ocho días y por eso se prende una hanuquía (el candelabro de ocho brazos), poquito a poco, a vela por día.
Abraham da sólo detalles, que la postal no da para tanto, pero me ha servido para contar mínimamente el origen de esta Navidad judía en la que hay regalos, dulces y comidas familiares. Y para desearos a todos feliz Hanuka, feliz Navidad.
Os dejo una de esas hermosas historias navideño-hanukeñas que siempre dejan estos días:

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