Decía Alejandro Dumas: "Es cierto, yo violo constantemente a la Historia pero, ¿a que le hago bellas criaturas?". Con esa máxima, el rey del folletín ha marcado el conocimiento que muchos tenemos de algunos de los principales personajes de la gloria de Francia del XVI y el XVII. Da igual que los libros de texto nos expliquen que Richelieu no era tan venenoso. Nosotros siempre lo veremos como un vil intrigante que mandó matar a Buckingham, que ordenó robar los erretes de la reina Ana, que envió (con intermediaria) vino de Anjou a los cuatro amigos que defendieron el baluarte de San Gervasio.
El ejemplo del cardenal me sirve para explicar la tremenda compasión que me provoca el personaje de Carlos I de Inglaterra, el inglés al que cortaron la cabeza en 1649. Ese que gritó a la plaza ("Remember") antes de morir, el que regó con su sangre la frente del caballeroso, del noble Athos. Desde que leí Veinte años después, el Estuardo ha sido uno de mis mayores modelos de valentía y coraje, uno de los pocos perros ingleses a los que admirar. He llorado con su familia buscando dinero para mantener la corona frente al arribista de Cromwell, he galopado a su lado justo cuando le daban caza, he vivido su gratitud con los que intentaron salvarle. Porque yo quería salvarlo sobre todas las cosas, aunque fuese un maldito rey absolutista. El caso es que una biografía muy mal escrita me ha tumbado el mito: cuando declaró a España la guerra (total porque le pidieron que se hiciera católico para casarse con la Infanta, tras cruzarse en los madriles con un capitán llamado Batiste o Alatriste), arrinconó a impuestos a los suyos; se casó con una francesa católica y comenzó a legislar contra los protestantes, al fin y al cabo, los suyos; gestionó el dinero peor que mal y descuidó los ejércitos, que por todo le dimos las suyas y las del vecino cuando osó tocar Cádiz; emprendió la liberación de La Rochelle y fue un fiasco que pagó con las cosechas de los ingleses, muertos de hambre para poder dar de comer a la tropa mal pagada y desestructurada; encarcelaba a quien le daba la gana; se atrevió, osado, a gobernar sin Parlamento; recuperó diezmos que databan del siglo XIII y pateó a quien se le puso por delante porque, qué olvido el del pueblo, era rey por la gracia de Dios....
El caso es que no fue el mejor monarca de la Historia, lo que tampoco quiere decir que se ganara el hachazo en el cuello a mayor gloria del negro Cromwell (otro que ya puede hacer lo que haga, que siempre será el personaje siniestro que tenía a sueldo a Mordaunt, el hijo de Milady). El caso es que el mito se ha encogido, pensaba yo, que ya no lo lloraré tanto la próxima vez que sienta la respiración de Athos a un paso de su frente, incapaz de salvarlo. Pero no es así, no señor: hace unos días, paseando por el Museo del Prado, descubrí que la Salomé de Tiziano que cuelga en su pared fue comprada por el marqués de Laganés en la almoneda de Carlos I después de que lo mataran, y lo mismo sucede con la Venus recreándose en la música, que tras su ajusticiamiento pasó a manos de Felipe IV. Y qué queréis que os diga: el corazón me volvió a dar un vuelco, y volví a repasar la dignidad del rey hundido, la templanza ante la muerte. El daño de Dumas a la Historia se compensa con el puñado de héroes y antihéroes soberbios que nos ha legado. Aunque no se lo merezca, viva el rey.
2 comentarios:
Qué alegría da leerte de nuevo. He estado unos días en París y me di el gustazo de hacerme una foto en la tumba de este vividor pendenciero, crápula y canalla,que fue Monsieur Dumas. También sucumbí a una colección de figuritas del cuarteto más aguerrido de la historia de la literatura universal y su digno enemigo, el gran Richelieu. Caprichos de Peter Pan. Me voy en unas horas a Brasil, a grabar allí durante unos días. Se me acumula el trabajo pendiente. Intentaré dar buena cuenta de todas estas empresas. Por cierto, vi a Helene, la fotógrafa en la presentación de la expsición del Gerva. Le pregunté por ti, pero estabas en Emiratos. Cuídate. MUAX
Que sepas que encima de mi mesa, bajo la mirada de don Juan Carlos, junto al gato portugués que me regaló mi amiga Manuela, la piedra de la Isla de las Palomas (allí donde desembarcaban las pateras cuando no había SIVE) y cuatro calendarios caducados, tengo a dos espadachines de plástico en mitad de una refriega, con el uniforme de mosqueteros al viento. Y que no falten aunque tenga 80 años! Espero que lo pases bien en Brasil. Que sepas que me acordé de ti hace días en Lisboa. Y a Helene...aún ni nos hemos visto!!! Esto de la burocracia y los pasillos es tan frío a veces... Buen viaje, y no te olvides de escribir, eh
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