Hubo tiempo en aquellos meses para conocerlo un poco y saber que, en el fondo, éramos iguales. Es lo que veía en sus textos, lo que me contaban los amigos que lo conocían bien, lo que me transmitía en cada corrillo, guardia o rueda de prensa. Un tipo íntegro con la vocación intacta tras años de ejercicio inestable en una ciudad que no siempre trata bien a sus genios. Luego vino Madrid, y llegó este baluarte, y aquí nos reencontramos. Aprendí a leer sus heridas, sus anhelos, sus rabias, me emocioné con sus músicas y sus versos, me quedé afónica con sus gritos en favor de un periodismo digno y sensato, limpio. Fue el compañero que más alegría que dio volver a ver al regreso al Correo, una suerte estar en Local si era para verlo más a menudo. Pese a todo, este cariño nuestro se ha forjado en la lejanía, a base de palabras y guiños. Lo cierto es que no nos hemos tomado más que una cocacola juntos, oyendo el relato de Manolo Vargas, el anciano que de niño vio cómo se fusilaba ante la muralla de la Macarena. Creo, si no me equivoco, que no temos tenido más alterne que ese, pero no nos hace falta. Nosotros sabemos lo que nos traemos entre manos. Lo sabíamos con mirarnos a las puertas del Correo en los días del maldito ERE, donde nunca faltó.
Así pasaron los días, viéndonos cada vez menos (lo que tienen los cambios de sección...), pero sin perdernos el hilo. Qué bueno acercarme por las mañanas a más de un jefe y decirle: "¿A este maestro cuándo lo vamos a fichar?". Más de uno y más de dos me daba la razón. (Y qué si no debí escribir lo que acabo de escribir, pardiez. A ver si así le suben el sueldo los suyos, o nos lo llevamos nosotros de una vez).
El caso es que, aunque ahora conozco y quiero al Miguel González de El País, mi primer Miguel, mi adorado, idolatrado, queridísimo, al único que busco en la web de su periódico (vale, y a Diego Mazón, que también es colega), es este Miguelito idealista, franco y enternecedor. No he visto a nadie querer tanto el periodismo como él, por eso ahora, en la lejanía, necesito su consejo y su ánimo, aunque sea tan chico, aunque sea a través del Facebook... Es la conciencia que necesitan todas las redacciones, el oxígeno para llegar al cierre sin contaminarnos por los intereses creados y las órdenes absurdas. Mientras quede gente como él, el periodismo estará vivo.
Hace unos días me escribió las líneas más hermosas de mi vida, inesperadas, inmerecidas. Las nuevas obligaciones me habían impedido hasta hoy responderle, al menos, diciéndole que me las pagará por hacerme llorar con algo tan bonito. Ya sé que no le llego a la suela de los zapatos, y que me tendría que prestar su pluma para poder escribir a su nivel, pero tenía que intentarlo. Siga usted escribiendo, amando, respirando, que lo necesito, que lo necesitamos. Tenga en cuenta que un día me tocará la lotería, fundaré un periódico (en papel) y necesitaré al mejor cronista del mundo a mi lado. Se le quiere.
3 comentarios:
Por fin he podido ponerme al día de este precioso intercambio de palabras y afectos. Para mí sois los dos fundamentales y merecedores de mi admiración. Un abrazo a los dos por ser capaces de quereros en estos tiempos de caníbales. Precioso escrito, Carmen.
Mi escrito es puramente profesional, con los afectos al margen, Palo/Pirfa. ;). Un abrazo.*
Niñatos, me habéis hecho llorar!!! La verdad es que sois muy igualitos: dos maravillosos reporteros, excelentes cronistas, con la sensibilidad suficiente para captar todos los detalles y la pluma suelta para contarlo muy bien. Sois dos joyitas y está muy bien que os queráis y miméis en la distancia! Algún día trabajaréis juntos, lo sabéis, verdad? (Y me lleváis con vosotros, por favor!!!!) Muchos besoss
Publicar un comentario