jueves, 27 de enero de 2011

Periodistas de gueto

El Holocausto nazi fue el mal absoluto. Hoy lo recordamos en el día internacional que conmemora la liberación del campo de Auschwitz, 66 años atrás. Quien más y mejor hace por mantener viva la memoria de aquel horror es el Yad Vashem, el Museo de la Memoria del Holocausto de Jerusalén. Ir allí es sentir el latido de la vida, la sombra de la muerte, las tripas encogidas por el miedo y el odio desaforado, el corazón ensanchado por la grandeza y fortaleza del ser humano. Entre las millones de historias que guardan sus paredes también hay algunas de periodistas, cómo no. O de protoperiodistas, o de "periodistas-ciudadanos", de gente, en fin, que quiso contar lo que le pasaba a la gente, incluso en semejantes circunstancias; o quizá por eso.
Hay una foto que siempre me estremece: una señora rubia, con traje veraniego (la guerra acabó allá por mayo), tacones y una salud estupenda, se tapa la boca, entre el llanto y el asco, al ver los cadáveres de los asesinados en los campos, tirados en una pradera verde. Ella es de las que no sabía o no quiso saber. Pero incluso en los campos, incluso en los guetos, hay quien contó lo que pasaba, para que el mundo supiera. Están los chavales del Lodz Ghetto Chronicle, que durante tres años y medio hicieron un boletín de su barrio, cerrado como una jaula, contando los nuevos racionamientos, los toques de queda, los estrenos en el pequeño teatro que seguía en pie. Su experiencia pasó a ser un libro en los 80, entre otros, con la colaboración de Arie Ben-Menachem, un fotógrafo que retrató a las gentes del gueto polaco. Fue el único superviviente de aquel equipo de reporteros.
En el gueto de Kovno, los judíos lituanos formaron una pandilla, The Chroniclers, compuesta por jóvenes inquietos que aportaban sus pequeñas crónicas diarias al servicio de la comunidad. Crearon hojillas baratas o bandos con narraciones (tan dados son los judíos a la cultura del muro y el cartel). Entre ellos estaban Esther Lurie, Jacob Lifschitz, Josef Schlesinger...
Quizá la mayor tarea de documentalistas la hicieron Ruda Stadler, John Freund y sus amigos de Budejovice, Checoslovaquia, The underground reporters, que editaron un periódico que incluyó hasta poesías y cuentos y, con sus escasos medios, trataron de grabar los testimonios de sus vecinos de infierno, para que su voz quedase, para que no se perdiera el relato de sus vidas, sus costumbres, sus refranes y recetas. Aquello que los nazis quisieron borrar para siempre matando a los judíos.
"Ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimento a otro con los calcetines mojados. Y tú eres uno de esos bultos: aquel que, por encima o por debajo del miedo, está poseído por la necesidad de contarlo, aunque las posibilidades de que alguien lo lea sean muy escasas", escribe Juan José Millás en uno de mis artículos de cabecera. Eso es lo que ellos sentían: la necesidad de contar por encima del horror, de seguir narrando la vida incluso en la muerte. El ansia de dejar constancia del paso del tiempo, añadida a la de ejercer el papel de testigos de un crimen. Periodistas de gueto. Hoy el recuerdo es para ellos y para los siete millones de muertos que dejó Adolf Hitler. Para que siempre estén presentes, para que no se repita.

domingo, 16 de enero de 2011

Salomé, Juan, Miriam

Juan Tortosa (centro), rodeado de parte de la última delegación de CNN+ en la comunidad andaluza; Salomé es la segunda por la izquierda. Y me falta Miriam...
Las noticias llegan a través de internet, así que la distancia no ha sido impedimento para conocer los teletipos. Información puntual (está pasando, lo estás sabiendo). Pero los 4.000 kilómetros no aminoran el daño, la rabia, la solidaridad. Eso no. Eso no me lo ahorran. De lo que me privan es de poder darles un abrazo enorme a los protagonistas de la maldita noticia, una más, pero no una cualquiera dentro de esta cadena de despidos, EREs y cabeceras cerradas que nos está dejando la crisis y la conveniencia empresarial. Por eso necesitaba mandar este abrazo de palabras a Salomé Machío, a Juan Tortosa y a Miriam Lorenzo, a mis amigos de CNN+ en Andalucía. Porque son especiales. Porque me duelen. Porque han compartido conmigo momentos de vida y oficio, y porque me han enseñado a hacer periodismo, aunque sea con un consejo, una batallita, un teléfono prestado, una sonrisa.

En eso Salo es especialista. Siempre lista para alegrarme la mañana. Compañera correística, a mi vera en Local, fue mi fuerza, mi ánimo diario, mi guía impagable por el mundo judicial en el que su empeño, su cercanía y su fiabilidad abrían las puertas más complicadas. Qué mala sucesora te tocó. Aquello fue el nudo, pero con Salo siempre quedaba la calle compartida: los encuentros felices en una rueda, las mañanas frías de guardia, las quedadas (siempre menos de las que hubiera deseado). Un honor despedirla del papel en una cabalgata de reyes escrita a cuatro manos, cansadas de recibir caramelazos (y de pedir gasparines). Fuera y dentro, siempre Salo pendiente, lista para hacer la vida más hermosa. "Qué grande, la Salo", como dice Bocanegra (otro enorme).

Juan es caso aparte. Es el maestro del oficio en Sevilla, es vocación pura que la veteranía no ha podido avejentar, ni arrugar, ni manchar. Sólo le ha sacado lustre. Mi pena es no haber pasado más tiempo en la calle con él, o a su lado en un café, escuchando y aprendiendo. Por eso guardo como un tesoro el viaje insulso de Griñán a Marruecos, porque lo tuve cerca, y ya no lo perdí. A su blog peregrino a diario en busca de orientación y lo engancho por la red en cuanto puedo, que cada consejo es una joya; cada historia, oxígeno en este mundo de miserias. Porque nadie cuenta con más pasión lo que ha hecho, lo que hace, lo que va a hacer. Porque en su boca el periodismo es verdad, es alegría, y revive frente a los agoreros del fin del mundo. Mientras quede gente como él, habrá periodismo.

Y Miriam... ¿Es posible que coincidas con una persona apenas diez o quince veces en tu vida y la aprecies tanto? Sí, es posible, si siempre tuvo el detalle de acercarse, de presentarse, de preguntar si necesitas algo. Cuando una empieza y está verde como las aceitunas, las Miriam son impagables. Ahí estuvo, para guiar cuando más lo necesitaba. El cariño que le profesan Salo y Juan no hace más que convencerme de que debe ser, de que es, una periodista estupenda.

Amigos, colegas, consejeros. Los tres han pasado el calvario y el trance del cierre de CNN+, esa infamia. Cada cual, ahora, afronta un futuro distinto, pero sólo deseo que sea el mejor de los posibles, el que merecen, el que les permita seguir contando a la gente lo que le pasa a la gente. Es un deseo profesional y egoístamente personal. Los necesito conmigo, los necesito ejerciendo, como sea y donde sea.

Ojalá pronto este abrazo deje de ser virtual. Mientras, me conformo con recordarlos con su compañera por estas tierras, Ana Garralda, que está a un paso de ganarse otra entrada en este blog, porque es de las buenas. A ver si consigo que os quiera tanto como yo.


P.D.: El abrazo es extensible, claro, a todos los trabajadores (redactores, cámaras, sonidistas, montadores, realizadores, productores... a todos) de CNN+. Ánimo, compañeros, va de vuelta por el que nos regalásteis en forma de aplausos allá por mayo.-

sábado, 15 de enero de 2011

Lama

Aquello del mendigo no tuvo nombre, hay sábados que tiene más comentarios machistas que goles canta, y cuando le sale el ramalazo madridista y raulista me pone de los nervios... pero es Lama, es Manolo Lama. No hay más que decir. Que los amores de adolescencia son complicados de curar, y él es uno. De los fuertes. Tengo un anuncio publicado en 1993 en la revista Tiempo en el que ya aparece con sus dos colegas, Paco González y Pepe Domingo Castaño, y que durante años ha decorado mi carpeta del instituto (por dentro, que por fuera iba un artículo del Jefe en una cara y una foto de Ciudadano Kane en otra). Los primeros Carruseles, el enganche ya nunca perdido al fútbol... Él tiene buena parte de culpa. Hoy sueño con entrevistas muy diferentes, y cuento cosas que nada tienen que ver con el deporte, pero en su día, con 14 años, mi meta era Lama. Fue mi primera entrevista frustrada. Tania -una compañera de clase, que también se tituló luego en Periodismo- y la que suscribe quedamos con Lama en el Sánchez Pizjuán, un día que vino con el Madrid, pero la seguridad del estadio acabó con nosotras: nos echaron de la puerta de prensa, nos chillaron, nos ningunearon. Acabamos en la grada con nuestra entrada, en el gol sur, encaramadas a una verja con una libreta enorme en la que le mandábamos mensajes a los compañeros de Radio Sevilla para que avisaran a Lama, que estaba en la pecera de al lado, de que allí estábamos. Aquello fue una locura imposible. Nunca se lo confesé a Florencio Ordóñez ni a Manolo Aguilar, los que radiaban aquel día, no les dije que yo era una de aquellas locas. Me callé, allí sentadita en Informativos, admirándolos de lejos, como a todos sus compañeros. Si vosotros supiérais las tontadas que ha hecho vuestra colega la becaria... El pobre Lama se disculpó 500 veces, pese a que no fue culpa suya. No desistimos. Lo intentamos en el partido Betis-Atlético. No lo mandaron entonces. Pero la excusa fue perfecta para conocer a David Alonso y Antonio Ruiz, y tenerlos por amigos durante años. A Lama sólo una vez lo he visto. De lejos, enganchado al teléfono, en la redacción central de la Ser. En una tarde de nervios y expectativas. Entonces tenía diez años más y otros quebraderos de cabeza. Y un nuevo reto inalcanzable. Como Lama. Pero una meta y otra la seguiremos peleando. Mientras, me conformo con que ese hombre adorado haya vuelto al redil de los amigos. Aunque sé que es en una casa que no es la que fue mía. Qué bueno tener a la familia reunida, aunque sea en la distancia.